jueves, 5 de mayo de 2011

LIBRO: RINCONES DE LUZ Y SOMBRA

PRIMERA PARTE:
HISTORIAS DE CONRADO


CUENTO 9- MONCHO

Llegue a todos mi saludo,
mi abrazo leal y sincero,
yo a todos los quiero,
y como que no soy mudo,
se los digo de corazón,
sin orgullo ni aspaviento,
y hoy les traigo otro cuento,
para su buena deleitación.
Aquí lo narro y no me apeno.
Soy Conrado, su sincero amigo,
y con toda honradez se los digo:
este de hoy es un cuento ajeno.

En una ocasión yo andaba de visita donde unos familiares y conocí a uno de sus vecinos. Era un hombre, tata Rigo era su gracia, que me llamó la atención por su vejez y sus historias, sus cuentos y su manera de contarlos.
Una de esas historias es la de Moncho, la que transmito años después de que me la contara el anciano, para no causar ningún problema al personaje.
El viejo, mientras hablaba mascaba su tira de cuecha con los pocos dientes que le quedaban. Un caldo café le resbalaba de vez en cuando por la quijada y se escurría por el fondo de la profunda telaraña de arrugas que cubrían su mandíbula y su cuello.

—Ende pequeñito el Moncho jue muy inteligente —contaba el viejo tata Rigo—, muy amable y servicial. Cada vez que lo llamaba y le pedía que juera onde Charía a trerme un poco de cuecha pa mascar, él iba brincando como los venaos, silbando y tirando piegras a los zonchos.
Cruzaba el río por encima de las piegras, no le gustaba usar el puente de hamaca, ecía que se almariaba.
Y ansina creció Ramón, el hijo de la finada Tina, que haiba muerto de parto cuando tuvo su hijo catorce. Pero su comadre María ecía que haiba muerto de debilidad, de anemia, porque a la probe no le quedaba suficiente comida a luego de dale a su marido y a la catizumba de chamacos.
Sin mama, pero con hermanas que aún mocosas se pusieron valientemente al frente de los oficios de la casa, la familia siguió endelante, y conforme iban creciendo los niños, se tenía más peonada pa la finca. Trabajaban duro, pero salían endelante. Y aunque no jueron tan malos tiempos –según reconocía el propio Moncho- un día cogió pa la montaña, anduvo de allá pa cá en pasos misteriosos, jaló latas y un par de estañones, mangueras, y hasta una rodaja de tubo de cobre que haiba comprado en la ciudá.
Unos pocos días endespués tenía lista su saca y se puso fabricar chirrite. Sabroso, alimenticio y hasta pa medicina servía la cususa de Moncho, especialmente el de cabeza.
Y empezó a hacer platilla, pero también a ayudar a los demás. Ahí jue cuando comenzó a demostrar que llevaba el corazón por juera, como el marañón tiene su semilla. Era generoso y caritativo. Ayudaba a los más probes y a naide le negaba un par de garrafas de chirrite cuando tenía un bautizo o un velorio. Ansina ganaba más amistaes y clientes, los vecinos lo querían mucho y venían ende’l pueblo a avisale que el Resguardo Fiscal haiba llegao pa que no lo jueran a agarrar en la saca.
Pero era inteligente el Moncho, y aunque era muy alegre y charlatán, a naide le haiba contao ónde tenía la saca. Las garrafas y botellas de chirrite las escondía lejos de la saca y solo de noche las iba a trer, y naa más las de encargo. Varias veces lo agarró la policía y le requisó las alforjas y nunca jamás le encontró naa.
Pero el diablo nunca se’stá conforme con los que ya tiene y nunca deja al cristiano tranquilo. El Moncho no podía escarparse de los chanchullos del pizuicas y un mal día que andaba en un turno por allá en El Venao vio a la Rosa, una muchacha güérfana que estaba consertada en casa ñor Nicanor. Vela y encandilase por ella jue una. La muy endina se dio cuenta del atarantamiento del Moncho y se aprovechó de la inocencia del humilde hombre, le peló la dentadura y le metió cuento de que sufría mucho en esa finca allá onde el diablo dejó la chaqueta botaa, en una casa en que toos le hacían el desprecio y la trataban como si tuviera sarna: la gran ilusión de’lla era ise a vivir a una ciudá y trabajar en una casa pintaa, con vidrios en las ventanas y piso’e mosaico.
Y tanto le habló al Moncho de sus sueños y tanto lo encandiló que el inocentón al terminar el baile queó con ella en que el sábado siguiente se la venía a llevar.
Y allí empezó la esgracia del Moncho. A partir de ese momento ya ni jue el mesmo, andaba como asustao, impaciente y hasta se pelió con una de sus hermanas.
La cosa es que Moncho, el susodicho sábado llegó al Venao y allí tuvo un enfrentón de puños con un hijo de ñor Nicanor que quiso hacele ver que llevase a la Rosa era una irresponsabilidá. Pero Moncho se la llevó hasta Liberia y la metió en una pensión. Pero icen que jue en apenas venise él pa ella coger la calle a parrandear. Quince días endespués jue el Moncho a buscala pa proponele matrimonio y ya no la encontró. La dueña de la pensión le contó que se haiba ido con un vendedor de ropa pa Puntarenas. El mundo se le vino encima al Moncho, se puso como loco, se jue a tomar guaro y se pelió con cuanto carajo pudo. Lo detuvieron y lo encholparon unos días.
Regresó al pueblo, pero el Moncho, que haiba sido tan dichararachero, no volvió a hablar una palabra con naide. Caminaba como jido, como muerto. No hablaba, no silbaba, no cantaba, casi ni comía. Se jue jelando como una mata sin sol, hasta que un día, ya haiban pasado unos tres meses ende que regresó de Liberia, una de sus hermanas lo convenció, porque yay parece que solo estaba esperando un empujón, y como pa luego es tarde, ese mesmito día cogió rumbo al puerto a buscar a la Rosa.
Allá se llegó y preguntando en las pensiones y hoteles no la jalló. Pero vea usté lo qu’es la casualidá, el Moncho haiba entrao a una cantina y allí llegó ella buscando cliente. Ya no era la mesma, andaba toda pintarrajeada, con zapatos rojos de tacón alto y caminao de potranca que le chima la gurupera. Onde lo vio se puso jelaa, y quiso ise, pero él la atajó y con ansiedá la interrogó y le preguntó por sus andanzas y sus razones pa’bese ido dejándolo abandonao y triste. Ella se le esquineó y no le dio detalle.
Un pescaor la llamó por señas y ella aprovechó pa lejase del Moncho. Minutos endespués, el hombre la tomaba de la cintura y se escurrían tras una sucia cortina hacia un pasillo oscuro.
El Moncho quedó tan amuinao,y con tanto esconsuelo que no volvió aquí ya más. Lo que supe jue que anduvo por la bajura y por las bananeras. Si ya llevaba la mala sombra encima, en la bananera jue más pior.
Icen que se amancebó con una morena de gracia Matilda y que un día llegó a la finca un joven hijo del patrón, era un macho alto de ojos azules y pelo color sol, en apenitas vio a la morena Matilda le brillaron los ojos como un cielo en día claro y a la Matilda, que enantes siempre haiba sido una mujer fiel y honesta, se le metió el cuijen y se le hicieron más grandes los camanances de los cachetes ante la mirada del gringo.
No pasó mucho tiempo pa que un día el capataz mandara al Moncho con una cuadrilla a la parte más lejana de las fincas. Tenían que ise en el cajón de un camión porque quedaba largo. Pero el Moncho que tenía la paja tras la oreja y que unque’ra hombre sin lustre de estudios ni entendío en el idioma del gringo y la Matilda, sí haiba notao las miradas que se cambiaban uno al otro, en llegando a la primera vuelta del camino y sin que el capataz que iba en la cabina del camión lo viera, se tiró abajo y se regresó a su casa por entre los bananales. Con el veintiocho en la mano se llegó en silencio a la puerta de atrás de la casa y ende allí oyó que la Matilda estaba en un puro reise.
Esas risas al Moncho le sonaron como el sonido de las pequeñas piegras que con cada palada de tierra golpeaban la tapa del ataúl de un peón que haiba mordido una terciopelo y que entierraron en la finca la semana anterior porque naide sabía si tenía familia ni onde.
Empujó la puerta que en esas zonas no tenía ni tranca y los encontró, al gringo y a la Matilda, en situación de aulterio, que unque no jueran casaos pos vivían rejuntaos y pa’l caso era lo mesmo y el Moncho la quería de a deveras.
El Moncho levantó el machete. El gringo se puso a ecir babosadas en inglés y la matilda a gritar como congo apaleao.
Allí quearon los dos, amarraos espalda contra espalda, sangrando. El Moncho jue inteligente: no mató a ninguno. Con su machete al torete gringo lo dejó pa buey y a la Matilda le hizo los camanances un poco más grandes, naa más hasta las orejas.
El Moncho tuvo que jullir, unque la policía no lo persigue abiertamente, porque de seguro a los gringos les da vergüenza que toos se noticén de lo que le pasó al manganzón, pero sí le pusieron al corte unos deteitives grandotes, matones y opilaos que lo han andao buscando dende entonces. El Moncho se jue bien lejos, se jue a rodar tierras onde naide lo conociera y no se volvió a saber naa más que haiga tenío que ver con él.
Era inteligente el Moncho, era inteligente —concluyó su historia tata Rigo.

Yo no quise saber cómo conocía él toda esa historia con tanto detalle. Solo sé que la botella de chirrite, con la que me había invitado unos riendazos, estaba recién destilada y era de la buena calidad que, según lo que entendí, por allí solo el Moncho sabía obtener.


Y aquí ya mi historia concluye,
que no es más valiente el que se queda
y tal vez perder la vida pueda,
que el que para salvarla huye.
Lo primero es la propia seguridad
que a veces por un tonto orgullo
o por pensamiento ajeno y no suyo,
se deja de lado por necedad.
Y ya con esta me despido
y me voy para cualquier lado,
No se olviden de Conrado
es lo único que les pido.

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CUENTO10-AL MEJOR MONO...

Aquí estoy señores, otra vez,
para contarles un suceso.
Pongan el oído bien tieso,
y no lo entiendan al revés.
Se los cuento para que se prevengan,
porque a todos mucho los estimo,
y para que no caigan en ese timo
cuando con esos cuentos les vengan.
Porque hay que andar muy avispado,
y no hacer tratos con desconocido,
por más ganancia que la hayan ofrecido,
porque a más de uno han estafado.
En ente fraude que les presento,
como los hacen esta gente,
caemos por ser tan inocente,
o por ser tan angurriento.
Y se valen de esa ambición
de tener fáciles ganancias,
que todos sentimos ansias,
en el fondo del corazón.

Pero de preámbulos dejémonos,
y vamos a conocer el caso,
pero como se camina al paso,
primero acomodémonos,
como cada uno tenga agrado,
en la banca o en el piso,
y pasen el compromiso
de escuchar a Conrado.

El individuo camina tranquilamente por las cercanías del banco, parece un despreocupado caminante igual a los muchos que pululan por las calles josefinas, pero su mirada avizora registra el porte y el comportamiento de los demás. De una rápida y experta mirada descarta uno a uno, hasta que ve a aquel humilde hombre, que se para en la esquina y vuelve a ver de una lado para el otro, con gesto de estar perdido. Examina su ropa, su calzado, su caminar, «es un campesino», y de inmediato lo cala como una potencial víctima.
Se detiene frente a un ventanal y finge ver los productos que se exhiben, luego al despiste se vuelve, mira su reloj y se queda en actitud de espera, pero no le pierde ojo a su presa.
Cuando está seguro, camina con cara de preocupación hacia él y finge un leve choque.
—Discúlpeme señor. Es que estoy preocupado y no me fijé bien por donde camino.
—No se precupe, a todos nos pasa —le respondió con amabilidad su víctima.
—Pero no a todos les pasa lo que a mí. No ve que me pagaron una moto que vendí con un cheque, pero ayer me robaron la billetera con todo y cédula y ahora no puedo cambiarlo hasta quién sabe cuántos días. Estoy sin trabajo y necesito el dinero, pero nada puedo hacer sin la cédula. Es como si no tuviera un centavo teniendo en realidad estos cuatrocientos mil colones en cheque.
—¿Y qué piensa hacer? —preguntó sin gran interés el campesino.
—La verdad no lo sé. Pensé en dejarlo empeñado en una casa de empeño pero sin la cédula no puedo hacer nada. Si alguien me lo compra por trescientos mil se lo dejo, no ve que mis chiquillos tienen hambre.
—Parece un guen negocio compráselo —dice con un asomo de ambición la víctima.
«Ya lo tengo »
«Ya cae»
—Sí claro que es buen negocio. ¿No me lo puede comprar usted? Estoy precisado porque en unos minutos llegará mi esposa con los hijos y habíamos quedado de ir al mercado a comprar comedera y qué les voy a decir si no tengo dinero?
—No yo no tengo tanto dinero.
—Mire, hagamos un negocio. Usted me deja en garantía lo que ande y yo le doy el cheque para que lo cambie en el banco. Yo lo espero aquí porque ahorita debe llegar mi esposa. Usted me trae el dinero, yo le devuelvo el suyo y le doy cien mil colones por el favor de cambiármelo.
—Bueno..., yo no sé, es que... yay, no conozco la ciudá y me precupa.
—Vea que es un gran negocio y todo porque me robaron la cédula, pero si usted no quiere ganarse esa plata voy a proponérselo a otra persona. Yo se que hay muchos que están deseando ganarse esos cien mil colones por solo ir al banco que está aquí al frente.
—Bueno, pero yo solo tengo unos dólares que venía a cambiar. Me los acaba de dar un gringo ahí frente al Hotel Costa Rica, le vendí un águila de oro indígena que encontré en un entierro allá en Nandayure donde yo vivo.
—¿Cuántos dólares son?
—Trescientos cincuenta.
—Está bien, me deja esos 300 dólares de garantía y cuando vuelva con el dinero se los devuelvo junto con los 100 mil colones de su ganancia.
—Yo le hago la vuelta pero eso sí si usté me compra esta otra águila, es gemela de la mismita que le vendí al gringo. No quiero volveme al pueblo llevándomela —le dijo el campesino y le mostró en su curtida mano una bella figura dorada, con unas alas planas que se abrían de unos diez centímetros.
—Pero si yo no tengo dinero, ¿cómo voy a comprarle esa águila?
—Pero uste conoce a gente aquí en la ciudá y puee conseguise un buen cliente. Se la dejo en cien mil colones, yo la ando vendiendo en 150 mil, así se la vendí al gringo, pero pa que se ayude un poco y lo que pierde con el cambio del cheque lo recupere con la venta del águila.
—Está bien. Se la compro cuando me traiga el dinero del cheque.
—Es que tengo que vendela antes d’entrar al banco, no ve que ahí tienen un aparato que deteita tuitico lo que es de metal y si me encuentran esta águila me meten en la cárcel porque es sacada de una guaca sin permiso del Gobierno.
El victimario toma el águila, la sopesa y hace números.
—Yo no se la puedo comprar ahora, pero déjeme hacer una llamada, conozco a alguien que le puede interesar.
Y saca su celular. Se aleja unos pasos del campesino y conversa brevemente con otro a quien le informa de la oportunidad de comprar aquel objeto de oro que fácilmente se le puede vender a un gringo en 400 dólares. Luego se vuelve con su víctima.
—En unos minutos estará aquí el conocido al que le hablé . No le diga nada del cheque porque se enojará conmigo por no haberle propuesto el negocio a él, pero la verdad es que ya tiene mucho dinero y no quiero darle a ganar más.
Quince minutos después estaba efectivamente un tipo trajeado frente a ellos y le pagaba los cien mil colones al campesino por aquella joya indígena y se alejaba contento del negocio realizado. El campesino entregó los 350 dólares en garantía de regresar con el dinero del cheque y se dirigió nerviosamente al banco.
No bien entró en él, se volvió a mirar por el ventanal y comprobó que el otro individuo había desaparecido con los dólares.
El campesino se dirigió al baño, se colocó los anteojos, se arrancó el falso bigote y se peinó adecuadamente. Ya transformado radicalmente era difícil relacionarlo con su anterior apariencia. Tomó el falso cheque y lo rompió en pedacitos que tiró al basurero, se dirigió a una caja, depositó los 100 mil colones que acababa de recibir y salió por otro costado del banco.
Siempre caen, se dice mientras piensa en el puñado de dólares falsos y de águilas de bronce pulido que tiene en su casa para su rutina de campesino apto para hacerlo víctima de una estafa.

Entonces recuerden esto señores:
a veces sale el tiro por la culata,
y cualquiera puede meter la pata,
cuando se trata de timadores,
que las apariencias no los delatan.
Incluso hay mujeres muy bellas
que de cine parecen estrellas,
pero a cualquiera hasta matan.
Desconfíen: el que el peligro busca
en el perece, dice el viejo cantar.
Así, ustedes siempre deben andar:
Ojo al Cristo y mano a la chuspa.