jueves, 7 de abril de 2011

EMPIEZO A DESGRANAR AQUÍ MI LITERATURA.

LIBRO:
RINCONES DE LUZ Y SOMBRA

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PRIMERA PARTE


HISTORIAS DE CONRADO


Aquí les presento lectores,
a mi amigo Conrado,
un campesino honrado,
cacique de narradores.
A quien le encanta decir,
con orgullo y diplomacia,
que Conrado es su gracia,
como mucho le vamos a oír.

Está siempre de buen humor,
lleno de gestos y de mañas,
contando heroicas hazañas,
cual un alegre trovador,
de los tiempos medievales.
Cual si fuera un juglar ilustre,
que solo espera como ajuste
los aplausos incondicionales,
de sus entusiastas escuchas,
que le regalan con su sonrisa.
Sentémonos, pues, sin prisa,
a escuchar sus historias muchas.

Atusa su mostacho abundante,
al estilo de fotografía antigua,
y con el escapulario se santigua,
ese que lleva en su pecho colgante,
de un viejo, largo y negro cordón,
lo besa y con estudiada parsimonia
lo guarda, terminando la ceremonia,
que su público sigue con atención.

Se aclara la rasposa garganta,
en la dura banca se repantiga,
las espuelas sacude con fatiga,
una imaginaria mosca espanta,
observa cuánta es la concurrencia,
inicia con un verso introductorio,
parte de su exclusivo repertorio,
que cautiva a su atenta audiencia.
Y en alegres y rumorosas cascadas,
saltan dichos, refranes, y frases
de palabras alegres y sagaces,
que provocan a veces carcajadas,
o que conmueven hasta la tristeza.
Conrado nos atrapa en su narración,
en todos nos despierta la emoción:
eso es de un narrador la grandeza.

1- EL RÍO ENAMORADO


Les voy a contar una historia
que aún guardo en la memoria.
Sacaré mis recuerdos añejos,
que eso nos sobra a los viejos.
No se pierdan una frase,
y que nada se les pase.
Pongan atención mientras les hablo,
más sabe el diablo, por viejo, que por diablo.
Con un machete herrumbrado
a mí me cortaron el ombligo,
me pusieron por gracia Conrado,
con mucho orgullo se los digo.
Aquí estoy, servidor de ustedes,
para contarles este bello relato,
como me pidió la niña Nicomedes,
para que se entretengan un rato.

Un río claro como rayo de luna llena, alegre como serenata a novia quinceañera, como plato de frescos chicharrones con limón criollo y buena botella de cususa de legítima cosecha personal, bajaba los cerros cantando, cantando como canta el viajero solitario en la noche recordando los amores que acaba de dejar en el pueblo; bajaba por las peñas y las laderas, por los llanos y las bajuras, regaba los maizales y hacía pozas donde corrían los guapotes y los barbudos, y la olominas reflejaban el sol del día, hacía estanques donde crecían los arrozales, donde en las noches se peinaba la luna mientras los astros tratan de conquistarla haciéndole guiños, daba de beber al tigre, al coyote, al venado, al zaíno, y al perro que los perseguía, al ganado y a los caballos, a los hombres y a las aves, recibía las cosquillas de las hojas de los árboles que a sus orillas medraban y que le regalaban su sombra, acariciaba sus raíces fuertes y a las piedras que lo adornaban, refrescaba con sus abrazos a la danta y escondía al tepezcuintle, atraía a las garzas de largas patas y a los piches, a los patos de plumas multicolores y después llegaba al mar y lo llenaba de vida con sus minerales y nutrientes.
Más a todo chancho le llega su diciembre, y el río arrogante y orgulloso, se enamoró de una quebrada que a su cauce caía. Era la quebrada de límpidas, transparentes y rumorosas aguas frescas. Tímida como campesina casera y honesta que va a conocer la gran ciudad, cohibida como paloma a quien el macho la impresiona inflando su pecho y levantando el plumaje, temerosa y anhelante como niña que recibe su primer beso de amor, así llegaba ella a la ribera del río y con movimientos suaves y lentos se entregaba al caudal impetuoso que la tomaba con anhelo y la llevaba en sus brazos fuertes y cálidos.
Y el río que bajaba antes tan alegre y altanero, tan seguro y despreocupado, comenzó ahora a sufrir como sufre el niño a quien le ponen zapatos por primera vez para su graduación escolar. Sufría con impaciencia en todo momento antes de llegar al punto donde se reunía con su amada, sufría tanto por el largo trayecto que tenía que recorrer solo, que un día decidió secarse en su nacimiento y empezar a brotar apenas unos metros antes de encontrarse con su idolatrada.
Y tarda más un calvo en peinarse de carrera al centro que lo que tardó el río en sacarse en su origen y dejar a cientos de agricultores y ganaderos sin el preciado líquido.
Pero el río vivía feliz, porque ya no sentía ni un momento de soledad. Porque desde que nacía se unía en tierno abrazo con su amada quebrada. Pero no hay gurupera que no chime, plazo que no se venza, ni mujer que no rezongue, y los pobladores se reunieron a ver qué hacían para recuperar el río que había desaparecido, y por cuya causa los amenazaba la ruina.
Discutieron y discutieron y a nada llegaron, como si estuvieran practicando para diputados. Y volvieron a hacer otra reunión y las discrepancias y diferencias de opiniones fueron mayores que la vez anterior.
Un finquero entonces, decidió por sí mismo ir a buscar al viejo ñor Mincho. Era ñor Mincho más viejo que la maña de pedir fiado y más arrugado que pañuelo en manos de novia nerviosa que espera en la iglesia que llegue el retrasado novio a la boda. Creían algunos que era descendiente de una bruja pueblerina y un indio montaraz, nadie lo sabía de fijo y él a nadie le contaba. Viejo zorro en los negocios, con el cual nadie quería entrar en tratos, soltero, porque decía que era muy inteligente para vivir con una mujer, no por ello dejaba de tener una docena de hijos con distintas mujeres, que según afirmaban, embrujaba a la que quisiera y solita llegaba a su petate.
El finquero le pidió ayuda para regresar el río a su naciente. Ñor Mincho, se hizo el desentendido hasta que el otro no le ofreció pagarle determinada cantidad que como quien dice “no la quiero, no la quiero, pero echámela en el sombrero”, había mencionado el viejo que sería muy agradecida por su persona, para saldar unos piquillos que tenía en algunos comercios del pueblo. Pidió algunos detalles que el visitante le proporcionó a como mejor pudo y quedó que en un plazo de ocho días, si ya le había llegado cuando menos la mitad del dinero, resolvería la cuestión.
Se fue al otro día el viejo matrero y recorrió lentamente el abandonado cauce del río. Mañoso que era como caballo de panadero de pueblo, había llevado una buena calabaza llena de agua fresca y la vació en las raíces de un viejo árbol que agonizaba casi a la vera del zanjón que había quedado por donde antes corría el río.
—Te traeré más si me dices por qué se secó el río —le dijo el anciano en una extraña lengua al árbol.
—Bien, te contaré. No por el agua que me prometes, sino porque sabes hablar mi lenguaje. Me han contado los pastizales que el río se enamoró de la Quebrada del Mono y para estar siempre cerca de ella no quiso seguir saliendo desde su naciente.
Se fue el viejo y durante tres días le habló y le rogó a la quebrada que hiciera al río volver a su antiguo recorrido. Más la quebrada se sentía muy halagada por la decisión del río y no le hacía el menor caso. Al cuarto día, el viejo, no le rogó ni le pidió ayuda de ningún tipo. Comenzó a contar historias de grandes y fuertes ríos que atravesaban los valles de bastos territorios, que eran fuertes y galanes, indómitos y bravíos, no como ese lloradero que nacía a unos metros de allí.
Fueron tantos sus cuentos y sus palabras ponderando otros ríos y resaltando el poco caudal que en ese punto tenía el río enamorado, que la quebrada comenzó a añorar los fuertes abrazos, las cálidas aguas tumultuosas que antes la recibían con anhelo y pasión. Ahora en cambio, era ella la que tenía mayor caudal y el río era un bebé indefenso y decepcionante.
El anciano estuvo en esos menesteres tres días y ya se le cumplía el plazo que le había dado al finquero y en vista de que la quebrada aún no se decidía a ayudarle, el viejo taimado hizo un desvío a punta de pala, y no fue mucho lo que tuvo que palear, porque el río era apenas un pequeño chorrillo de agua.
—¿Ves lo que te decía de la debilidad de tu maravilloso río? Con apenas unas pocas paladas de tierra ya no puede llegar a ti —insistió el viejo.
La quebrada no pudo resistir más la necesidad de volver a tener al que la había llenado de amor y le prometió al viejo ayudarle. El anciano quitó un poquillo de tierra y el chorrillo volvió a unirse a la quebrada, que con sus arrumacos y sus palabras revivió la vanidad del río, que encontrando muy cierta su debilidad e insignificancia, volvió a surgir desde su antiguo naciente.
Y así el viejo, hechicero o no, devolvió a toda la zona la prosperidad y la tranquilidad.
Nadie supo cómo hizo aquello, solo yo, que soy uno de sus nietos y heredero de sus recetas y pócimas lo sé.

Y aquí termino mi relato,
historia como esa nunca ha pasado,
no ha habido otro río enamorado,
ni tampoco tiene tres pies el gato.
Y es muy cierto este cuento
que yo nada les invento.
Todo lo digo con seriedad
porque es una gran verdad.
Y la lengua no me muerdo,
por eso a todos les recuerdo:
“Hombre que declara su querer
se vuelve esclavo de la mujer”.

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